viernes, 29 de abril de 2011

David Alfaro Siqueiros a través de la poesía


Ponencia inspirada en "Madre Proletaria" de David Alfaro Siqueiros
06 de noviembre de 2010
Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México




En esta cita que tenemos ustedes y yo, vamos a crear. Porque la vida misma es una creación. A veces creemos que el arte, la literatura o las bellas artes están separadas del ser humano, es decir, que están fuera de nosotros, y bueno ustedes dirán, si esta pintura, esta escultura la puedo tocar, la puedo sentir. Sin embargo, esta experiencia proviene desde el interior. Es decir, si no lo puedo sentir, no lo puedo ver. Esta obra de uno de los artistas plásticos más importantes de nuestro país, David Alfaro Siqueiros, nos provoca una experiencia. Aquí y ahora nos provoca algo, un sentimiento, una emoción, un recuerdo. Nos puede hacer traer el pasado al presente, o ver hacia el futuro.
Esta obra, aunque fue elaborada en un tiempo cronológico específico, cobra vida en el momento en que la estamos viendo, en que la estamos re-creando, el humano re-crea la obra artística; es por eso que trasciende. Ya que estamos hablando de pasado y futuro, que se conjugan en un mismo tiempo, el presente, podemos traer algo del pasado; por ejemplo podemos decir que esta pintura fue elaborada en el año de 1931, época interesante desde el punto de vista histórico, porque en ese tiempo ya había surgido el grupo de Los Contemporáneos, que agrupaba a periodistas como Salvador Novo y grandes poetas como Xavier Villaurrutia y José Gorostiza.
Recordemos a Villaurrutia. . .

Ni tu silencio, duro cristal de roca
ni el frío de la mano que me tiendes,
ni tus palabras secas, sin tiempo ni color,
ni mi nombre, ni siquiera mi nombre
que dictas como cifra desnuda de sentido;

ni la herida profunda, ni la sangre
que mana de tus labios, palpitante,
ni la distancia cada vez más fría
sábana nieve de hospital invierno
tendida entre los dos como la duda;

nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo y ciego,
el mar antiguo edipo que me recorre a tientas
desde todos los siglos,
cuando mi sangre aún no era mi sangre,
cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo,
cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía . . .

Estos son los tres primeros párrafos del poema “Nocturno Mar” de Xavier Villaurrutia.

Otro poeta que se manifiesta a través de sus versos, en el mismo tiempo en que Siqueiros pinta esta obra es José Gorostiza, quien escribió “Muerte sin fin”, una de mis obras literarias favoritas:

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí -ahíto- me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
-más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.
No obstante -oh paradoja-, constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada . . . 

Y el poema sigue. Ambos poemas de indudable belleza.

La poesía y el cuadro de Siqueiros

Pero en este cuadro “Madre Proletaria” dónde está la poesía, cómo se relaciona la poesía con este cuadro? Quiero intentar responder a esta pregunta diciendo que la poesía está presente mientras podamos apreciar una obra con los ojos del alma, es decir, de nuestro corazón. Más allá de los colores, de las texturas, de la expresión de la persona que se representa, está el alma que se deja sobre el lienzo. Así como el poema se abandona sobre el papel para que cobre vida propia, así un cuadro tiene su propia vida. Diría Octavio Paz: “hay poesía sin poemas; paisajes, personas y hechos suelen ser poéticos: son poesía sin ser poemas”.

A propósito de esta obra, escribí los siguientes versos:

Madre proletaria
piel de aceituna
eres matiz de dos tierras
y luna de mis noches.
Cubres mi cuerpo débil
con tu manto de estrellas
madre morena
madre con pies de tierra
en el suelo yaces
cual piedra volcánica
nada te vence,
ni el desvelo, ni el hambre
ni la angustia de mi llanto.

Madre proletaria
abre tus ojos
mira alto que el cielo se abre
la batalla ha terminado,
he crecido y al igual que tú
quiero andar mi camino
sembrar mi tierra,
quisiera tener siempre tu mano
acariciando mi cabello
cuando se pierda mi cosecha
y se acabe la tierra
y no haya sol
y me queden tus brazos
para arrullar mi pena.

En tiempos de sequía
acudir a tu pecho
para escuchar el ritmo
que marca tu dulzura,
gotas de miel resbalando
hasta mi corazón de niña
que se incorpora a la vida
de un sueño profundo.

Madre dame tus manos
sacude la fiebre
respira hondo la libertad
brinda tus lágrimas al mar
que más negro que tus días
vuelve a brillar en el ocaso.

Madre olor a canela
dame a guardar tu risa
para tener esa melodía
siempre cerca del oído
como refugio en el silencio.

(Oct. 2010) (Poema)


Otra similitud del poema con una pintura, es que la palabra poética -principal materia del poema- es ritmo, color, significado, pero también es imagen.

De la misma forma que un pintor crea imágenes, el poeta crea imágenes que a veces no existen más que en el mundo interior. Nosotros mismos somos la imagen del otro. Nos vemos constantemente reflejados en los ojos de quien nos mira. A través de los ojos podemos enamorarnos, trascender, así como trasciende la poesía en un poema.

En este sentido, quiero citar a Octavio Paz, en “El arco y la lira”: “Las imágenes del poeta tienen sentido en diversos niveles. En primer término, poseen autenticidad: el poeta las ha visto u oído, son la expresión genuina de su visión y experiencia del mundo. Se trata, pues, de una verdad de orden psicológico, que evidentemente nada tiene que ver con el problema que nos preocupa. En segundo término, esas imágenes constituyen una realidad objetiva, válida por sí misma: son obras. Un paisaje de Góngora no es lo mismo que un paisaje natural, pero ambos poseen realidad y consistencia, aunque vivan en esferas distintas. Son órdenes de realidades paralelas y autónomas”.

Este cuadro es tan real como un poema, porque la realidad interior es a veces intangible pero no por el hecho de que no la veamos no quiere decir que no exista. Es así que una obra plástica o literaria es la manifestación material de ese mundo interior que habita en cada uno de nosotros.

La vida del artista

En el caso de Siqueiros, considerado uno de los exponentes más importantes del muralismo mexicano, creció junto con la Revolución Mexicana. Es decir, la revolución estaba ya en la sangre de Siqueiros antes de que fuera militante del Partido Comunista Mexicano. Cuando era un adolescente, en 1911 ya asistía a la Academia de San Carlos de Bellas Artes y en poco tiempo se vio involucrado en una revuelta estudiantil en la que protestaba contra el método de enseñanza de la escuela. Cabe mencionar que políticamente, nuestro país estaba en el filo de permanecer con el Régimen Porfirista, claramente influenciado por los positivistas, o dar el salto a un México democrático, asunto del que se encargó posteriormente Francisco I. Madero, quien apoyado por personajes como Pascual Orozco y Francisco Villa, dieron el paso a la Revolución.

De hecho, David Alfaro Siqueiros, con sólo 18 años de edad y junto a sus compañeros de la Escuela de Bellas Artes, se unieron al ejército de Venustiano Carranza luchando contra el gobierno de Huerta. En estas andanzas militares, el artista pudo percatarse de la lucha cruda de los trabajadores y los campesinos pobres. Ya cuando Carranza estaba en el poder, Siqueiros se dio la oportunidad de viajar a Europa donde se influenció por corrientes como el cubismo. En París fue donde conoció a Diego Rivera y viajó con él por Italia estudiando a los grandes pintores al fresco del Renacimiento. Aquí es donde se atisba la carrera de estos dos grandes muralistas mexicanos.

En 1922 Siqueiros regresa a México para trabajar con José Vasconcelos, quien era Secretario de Educación Pública y apoyaba el movimiento muralista. En ésa época, el militar Álvaro Obregón era el Presidente de la República y a través de Vasconcelos, quería crear una cultura mexicana moderna. Es importante mencionar que Vasconcelos junto con Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso, entre otros, fueron miembros del Ateneo de la Juventud. Este grupo, conformado por jóvenes pensadores de 25 años en promedio, se creó en 1909 para renovar la identidad mexicana, y dar un sentido filosófico a la Revolución de 1910, también se le atribuye haber intentado nuevas prácticas en la producción y divulgación del conocimiento, lo que significó un parteaguas en la vida cultural de México.

En los años treinta, Siqueiros fue encarcelado y otras veces exiliado, a causa de sus creencias Marxista-Stalinistas. En 1931 pinta “Madre Proletaria” y en 1932, realiza su primera exposición individual en el Casino Español de la Ciudad de México, sin embargo, en ese mismo año se exilia a Estados Unidos donde realiza murales en la Chounard School of Art y en el Plaza Art Center de Los Ángeles, pero en 1933 Siqueiros es deportado de los Estados Unidos y viaja a Argentina y Uruguay, de donde es nuevamente deportado, siempre por sus actividades políticas.

En 1960 es nuevamente arrestado en la prisión mexicana de Lecumberri donde permanece hasta 1964 en que es indultado; pinta en ese mismo año “La marcha de la humanidad”.

En 1966 recibe el premio Nacional de Bellas Artes y en 1967, la Unión Soviética le concede el Premio Lenin de la Paz. Siqueiros muere en Cuernavaca en 1974 y es enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Quiero terminar esta intervención citando una frase del músico y cantante Gustavo Cerati, en su canción Dejavú:

Todo es mentira ya verás
la poesía es la única verdad . . .

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